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Ofiuco y las mentiras del zodiaco

El recorrido que realiza el Sol por las constelaciones ya no se corresponde con el que fijó hace 2.600 años los doce signos zodiacales.

«Acuden a su encuentro amigos de carácter refinado e intuitivo. Posibilidad de vivir un escándalo que afecta a su reputación indirectamente», rezaba el horóscopo de Sagitario esta semana en un periódico nacional. ¿A quién le afecta esta predicción? Según la tradición que se transmite desde hace siglos, a aquellas personas nacidas entre el 22 de noviembre y el 22 de diciembre, porque esos son los días en que el Sol atraviesa la constelación de Sagitario. Ese recorrido es la línea que dibuja el Sol sobre el fondo fijo de las estrellas de la bóveda celeste al observarlo desde nuestro planeta mientras orbita en torno al astro (ver gráfico). Un paseo que varía con los años y que ya no se parece en nada a las que fijaron hace 2.600 años los neobabilónicos.

En puridad, una persona nacida el 13 de diciembre de algún año del siglo pasado nació cuando el Sol cruzaba la constelación de Ofiuco, otro personaje mitológico, como los que representan los signos zodiacales. «Según la cartografía celeste, que se empieza a fijar con precisión en el siglo XVI, el Sol atraviesa Ofiuco durante más tiempo que Escorpio, y durante medio día atraviesa Cetus, la constelación de la ballena», relata el director del Planetario de Pamplona, Javier Armentia. «¿Qué pasa con la personalidad de esa gente?», se pregunta.

Para este divulgador científico, ex presidente de la Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico, estos hechos son una prueba más del «timo» de los horóscopos, ya que se basan en unas simples abstracciones, completamente arbitrarias, que los humanos proyectaron en el cielo para leer el firmamento. Armentia relata cómo, hasta la llegada de astrónomos Johann Bayer o Jullius Schiller, los artistas incluso movían las estrellas de sitio para dibujar bien el Cisne o el Pegaso. Y las constelaciones aparecían y desaparecían en función de modas, creencias e incluso las decisiones arbitrarias de emperadores, como cuando Adriano le dedicó una a su amante Antínoo.

«Las constelaciones no son más que una herencia cultural que hemos querido mantener para ayudarnos mediante referencias a quienes nos dedicamos a observar las estrellas», asegura este astrónomo. «El desfase actual entre signos y constelaciones deja claro que lo que seamos o hagamos no tiene nada que ver con el cielo, que no marca el destino», zanja Armentia.

Ese desfase se produce por un fenómeno, llamado precesión (ver gráfico), que marca la inclinación del eje de la Tierra. El resultado es que la línea que traza el recorrido del Sol por el firmamento se va deslizando hasta volver a realizar el mismo camino 26.000 años después. Es decir, que hasta dentro de unos 23.400 años no se volverá a repetir el calendario original del zodiaco.

Mirando a las estrellas

El ser humano, cuando miraba al cielo, a los astros, descubrió que estos influían en sus vidas. Que afectaban a las mareas, que se correspondían con las estaciones de recolección de frutos, que guiaban sus viajes.

A partir de ahí, comenzaron a realizarse los primeros presagios astrológicos, basados en la lectura de la posición de los astros, en torno al tercer milenio antes de Cristo, como cuenta la astrofísica y directora del Museo de la Ciencia de Valladolid, Inés Rodríguez. «El concepto del zodiaco, que surge en torno a los siglos VII y VI antes de Cristo, se usaba para realizar predicciones que se referían únicamente a cuestiones públicas, como guerras, cosechas, el futuro del reino… «,resume Rodríguez.

Según cuenta, no es hasta el 410 antes de Cristo que aparece la primera carta astral dedicada a un niño anónimo. Y sería más tarde, cuando se mezcla la herencia egipcia y mesopotámica con el misticismo y la mitología griega, el momento en que se empieza a relacionar la personalidad de la gente con los atributos de aquellos animales mitológicos. «Se decidió que tales estrellas agrupadas eran un carnero del mismo modo que yo puedo decir que una nube tiene forma de nariz; es absolutamente arbitrario», asegura esta astrónoma. «Lo más absurdo», finaliza, «es que esta pseudociencia se basa en una concepción geocéntrica del universo, como si el Sol y los planetas giraran en torno a la Tierra».

«Mantienen una visión del mundo completamente superada», afirma el astrónomo Marcos Pérez, director técnico de la Casa de las Ciencias de Coruña. «Vemos esas formaciones de estrellas únicamente desde la Tierra. En cuanto cambiamos de perspectiva, la combinación de estrellas es otra distinta, demostrando que no es más que un juego de unir puntos en el cielo».

El motivo por el que las constelaciones se mantienen hasta ahora no es otro que el de ayudar a los científicos los astrónomos, no los astrólogos a situar las estrellas. «El último ajuste de las fronteras de las constelaciones lo realizó la Unión Astronómica Internacional en 1930, que fijó las 88 constelaciones que completan el mapa actual. Unas fronteras que son tan arbitrarias como lo son las formas escogidas para definir las constelaciones», afirma Pérez. Un mapa que colocó a Ofiuco, el Asclepio griego dios de la medicina, en la trayectoria del Sol durante 19 días, dejando a muchos antiguos escorpios y sagitarios sin personalidad ni destino.

Extraído de Público de 13/12/2010.

Noticia original en: http://www.publico.es/ciencias/351335/ofiuco-y-las-mentiras-del-zodiaco

Las pulseras mágicas

Extraído de La ciencia es la única noticia
Escrito por Manuel Lozano Leyva. Catedrático de Física atómica, molecular y nuclear en la Universidad de Sevilla.
Artículo original en http://blogs.publico.es/ciencias/el-juego-de-la-ciencia/923/las-pulseras-magicas/

Un compañero de oficio me comentó jocosamente que un vecino suyo estaba convencido de haber mejorado su rendimiento en la práctica del golf desde que usaba una pulsera electromagnética. Ambos jugaban juntos desde hacía tiempo y mi amigo guardaba fichas de los resultados. Le demostró a su vecino que, ni mucho menos, los datos demostraban que hubiera habido un cambio significativo desde que lucía semejante adorno. De hecho, me dijo que seguía siendo igual de mal jugador. Le respondí que aquello había sido un craso error, porque en los resultados de un mal jugador pueden influir mucho la suerte y el estado de ánimo. Si la pulsera le hacía sentir eufórico, quizá eso se hubiera reflejado en unos datos de gran aleatoriedad como son los de un mal jugador. Y a ver quién le convencía después de que la pulsera no era efectiva. Mi amigo aceptó el argumento y, ya enfadado, manifestó que le fascinaba que hubiera personas, incluso de cierto nivel cultural, que aún creyeran en patrañas pseudocientíficas y se dejaran estafar tan cándidamente. Porque esas pulseras no sólo cuestan entre 30 y 50 euros, sino que los sinsentidos de sus bien elaborados anuncios publicitarios son de tal calibre que asombra que alguien se los crea.

El electromagnetismo lo produce cargas eléctricas en movimiento, por lo que estamos sometidos a campos eléctricos y magnéticos permanentemente. Los estudios científicos de los efectos sobre la salud de dichos campos son paralelos al desarrollo tecnológico por estar este basado en gran medida en las corrientes eléctricas. De la investigación del electromagnetismo del cuerpo humano se han obtenido inmensas ventajas, piénsese, sin ir más lejos, en los electrocardiogramas o encefalogramas. Desde hace mucho tiempo se controlan y dominan efectos tan sutiles como, por ejemplo, los campos electromagnéticos generados por las células nerviosas.

De pronto surgen unos artilugios mágicos basados en iones negativos (el agua fresca y clara está repleta de ellos), dinamización (o algo así) de la hemoglobina de la sangre por el efecto sobre el hierro que contiene (ignorando lo que es el ferromagnetismo), y un impresionante etcétera de efectos biológicos producidos por un imán pequeñito. Tan milagreras son las pulseras que sorprende que no haya surgido ninguna voz que defienda airadamente su distribución gratuita por parte de la Seguridad Social. Puesto que el estado cuida de nuestra salud de mil maneras con prohibiciones y obligaciones, ¿por qué no nos exige llevar un artilugio que mejora tanto nuestra salud que ahorraría una parte mayúscula del presupuesto sanitario?